viernes, 22 de noviembre de 2013

Huele a muerte.

Huele a muerte.
El día sabe a labios resecos, a boca sucia, a dolor de garganta y a voz afónica por tanto gritar, gritarle a un Dios que no existe por robar un alma sin avisar.
Huele a muerte.
Avanzan las horas y todo se siente como lágrimas frías cortando los ojos, mojando la piel, cada minuto se siente como uñas clavadas en las mejillas, como manos que tiemblan y estallan en un golpeteo inerte contra uno mismo.
Huele a muerte.
Se impregna el sabor insoportablemente dulce de la sangre que brota de mi labio inferior, que avanza y gotea por mi barbilla y cae al piso y de pronto se tiñe todo de rojo a cada paso que doy.
Huele a muerte.
Veo mi reflejo borroso en el espejo, mientras espero a que algo pase en lo oscuro de la habitación, abro los ojos como platos, tratando de ver algo que no estará, busco tu reflejo y susurro tu nombre una, dos, tres, diez veces, más rasguños se me marcan en el cuerpo y veo a la razón huir y perderse en la oscuridad.
Huele a muerte.
Azoto mi cuerpo contra las paredes para pintarlas de rojo, para cortar el delgado hilo de cordura que quedaba en mí, no como, no bebo, no me aparto de lo putrefacto y no puedo dormir.
Huele a muerte, huele a dolor, huele a pérdida, huele a ti.