viernes, 22 de junio de 2012

Amanecí con una erección.

Amanecí con una erección, ¡Vaya novedad! Y es que a decir verdad no recuerdo la última vez que algo así me pasaba, tomando en cuenta que siempre duermo aburrido, hastiado de la misma persona y al despertar siempre es ella quien está a mi lado. Su nombre es Ana y a sus treintaicinco años es exactamente lo que todo hombre maduro pudiera pedir. Inteligente, atractiva, audaz y con un apetito sexual casi tan místico como sus enormes ojos azules. Para mí solo tiene un defecto: es una mujer adulta y se le nota.

 Recuerdo el día en que la conocí, era perfecta: 18 años, rostro angelical. Recuerdo esos ojos azules, las pecas en sus mejillas, ese cabello color zanahoria que le llegaba en recto hasta la cintura, y su cuerpo… ¡Dios bendiga a las mujeres que nunca terminaron de desarrollarse! Cintura diminuta, pechos pequeños y firmes, y sus caderas a penas un poco más anchas que su cintura. De no haber sido porque era mi alumna, jamás le habría creído que era mayor de 14 años. Vaya suerte la mía ¿no?, digo, ¿Qué tan común es que un hombre maduro y apático encuentre a una niña con la edad suficiente como para no enviar a la cárcel a quien se la coja?

 Fuimos un par de locos, íbamos a todos lados juntos, nunca nos importó que nos vieran juntos. Adoraba llevarte al centro comercial y comprarte pantaletas con encaje en la parte trasera y corpiños de los osos cariñosos. Faldas de colegiala, calcetas de colores, playeras con las imágenes de las caricaturas más cursis, vestidos de corte infantil, muñecas y osos de peluche, entre muchas otras cosas que usábamos para ambientar nuestros juegos.

 Aún a estas alturas no logro entender cómo es que accedías a mis peticiones por más extrañas que estas fueran, no te quejabas, a menos que te lo pidiera y siempre fuiste buena para fingir sin salirte de tu papel. Perfecta actriz, quién diría que la alumna superaría al maestro, que las clases de actuación que yo impartía serían utilizadas en mi contra…

 ¿Recuerdas ese juego de ser “la ultrajada”? Cómo tus gritos pasaban de ser lastimosos y de horror, a convertirse en gemidos, jadeos de frenético placer. Era maravilloso sentirme Dios y creerme el amo y señor de tu cuerpo, me enloquecía ver tu cuerpo de niña sometido ante mi fuerza, tus pequeñas caderas golpeteando mi pelvis y tus carnosos labios rosas alrededor de mi… ¡Estúpido despertador!

 Y a pesar de todo, tu actitud no cambia, sigues enrollándote en las sábanas tras el primer timbre del despertador, sigues dormida, tu cuerpo sigue tendido en la cama y yo no puedo, ni quiero verte. Hoy su cuerpo ya no me causa nada, e incluso podría decir que me da un poco de asco tocarla, sus pechos ya no son pequeños, su cintura es extremadamente delgada en comparación con sus pronunciadas caderas y aunque no es muy notorio, las marcas de la edad comienzan a hacerse presentes en su cara, ya ni siquiera estoy seguro de que tenga pecas, no sé distinguir entre las marcas de su sonrisa y sus arrugas. Es repugnante. 

 ¡Oh, Ana! ¿Cómo fue que nos perdimos? ¿En qué momento envejeciste? ¿Cómo fue que de pronto ya no puedo dormir a tu lado sin sentir que mi estómago se revuelve? Sin embargo sé que nadie más se interesaría en mí a estas alturas, y a pesar de todo aún anhelo tu amor, tu calidez, que me despiertes con un beso de tus jugosos labios, que tu imagen vuelva a ser la misma de la que me enamoré. Analizo mis opciones y créeme, que también pienso en ti y en tu bienestar.

 Tal vez deba quererte de nuevo, tal vez deba amarte y respetarte para siempre como nos lo dijo el sacerdote en nuestra ceremonia de bodas, tal vez deba dejar de masturbarme con la fotografía de tu sobrina. Comenzar a ser normal y prepararme para ser padre, cumplir tu sueño de ser madre, vivir por y para ti. Tal vez deba ser el esposo ideal, el que se olvida de sí mismo para ser lo que todos los demás esperan y jamás fallarte… O tal vez simplemente deba dejar de pensar estupideces, y ahogarte con la almohada…

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